Parashat Haazinu
27 septiembre, 2021
Más de alguna vez hemos visto en nuestra tradición la presencia de dualidades. Como bien señalaba en el tikún de Shavuot un querido amigo del seminario, fuera del uno y único que es D’s, en general, varias son las dualidades en el judaísmo: Sinaí o Moriá, Halajá y Hagadá, Kodesh y Jol, pureza e impureza… incluso el lema del movimiento conservador, Tradición y cambio no es ajeno a esa dualidad, en ocasiones, dualidades que conviven a pesar de una relativa dicotomía.
“Haazinu hashamaim vaadaberá, vatishmá haaretz imrei pi”. Escuche el cielo y hablaré, escuchará la tierra las palabras de mi boca. Con estas palabras abre la parashá de Haazinu, esta parashá del poema de teshuvá que se nos mencionaba en Vayelej. En otras palabras, estamos abriendo la parashá con otra dualidad: Cielos y tierra. Más allá de la evidente diferencia entre cielos y tierra en una expresión física, nuestra tradición suele asociar cielos con aquello más espiritual y elevado, y la tierra con lo más bajo y pasional, basta con ver el salmo 115 cuando recita “Los cielos pertenecen a D’s y la tierra la entregó al hombre”. Y sin embargo, quien haya estudiado algo de filosofía, intuirá ya que en realidad no hay una dicotomía, sino que un desorden. No es la pasión del alma algo negativo, sino que es negativo cuando se le da rienda suelta, sin control alguno. Entonces, cielo y tierra, espíritu y pasión, pueden encontrar un balance.
Ya de lleno en nuestra parashá, este poema del arrepentimiento, nos entrega una importante enseñanza: cuando hay teshuvá bien hecha, contribuímos a la unión de cielo y tierra, a reconciliar esos “opuestos” bajo el reinado Divino. Al arrepentirnos, contribuímos a regresar a aquella armonía ideal a la que apuntamos como principio del judaísmo. Contribuímos a que un cuerpo que es meramente una criatura más entre muchas, biológicamente hablando, pueda elevarse a ser digno de llamarse humano al ser consciente de sus actos y sus consecuencias.
Ahora que hemos pasado Kipur, debemos ser conscientes de que siempre hay algo que podemos corregir para traer un poco de armonía entre cielo y tierra, que siempre es posible acercar extremos por medio del reconocimiento de que somos falibles y que de hecho vamos a fallar, pero que siempre está la posibilidad de volver a intentar y reparar, aún en una mínima medida, aún cuando nos parezca imposible. El primer paso a la correción del mundo, parte por corregirnos nosotros mismos.
Shabat Shalom Umeboraj
Daniel Aarón Cuper S.
Seminarista Bet Jai