מִשֶּׁנִּכְנַס אָב, מְמַעֲטִין בְּשִׂמְחָה”

“Mishenijnás Av memaatin besimjá”

“Cuando comienza el mes de Av, disminuye la alegría” (Taanit 4:6)

 Mientras escribo estas palabras, veo un cielo gris fuera de la ventana. Como si la frase recién citada de la Mishná fuese correspondida por la misma naturaleza. El miércoles 22 comenzamos en todo el mundo el mes de Menajem Av (no es que tenga nombre y apellido, sino que es el mes donde buscamos el consuelo – “nejamá”), el mes más difícil para todo el pueblo de Israel. El transcurso de sus primeros ocho días son el angosto pasillo que debemos transitar hasta llegar al fatídico día de Tishá BeAv, el 9 de Av.

La tradición judía, que siempre nos invita a acercarnos a experiencias de alegría y regocijo, hace una excepción única en esta circunstancia. Tishá BeAv se ha convertido a través de las generaciones, en el símbolo de las penurias de nuestro pueblo y, como bien sabrá todo aquel que lea estas líneas, se trata de una lista de sucesos demasiado larga.

Estamos transitando un año muy complejo. Difícilmente todo aquello que imaginamos para este año haya podido hacerse realidad, y esta vez no tuvo que ver nuestra actitud o nuestras ganas, sino un contexto salido del guión de una película de ciencia ficción.

¿Cómo hacemos entonces para disminuir la alegría todavía más ahora que comenzó Av? ¿Cómo es posible que la tradición judía nos pida dejar de lado aquellas pequeñas cosas (Serrat dixit) que le dan un poco de color a estos días tan grises?

El judaísmo no es ascético, sin embargo algunas veces en el año nos pide que hagamos algunos sacrificios. No, no aquellos que hacíamos en el Beit HaMikdash con corderos, vacas y efot de harina; sacrificios en nuestra vida cotidiana. Algo que nos haga dar un pasito para atrás y así ver la “foto completa”. En Shabat dejamos de lado las labores cotidianas, lo cual nos ayuda a entender que tanto nuestro cuerpo como nuestro alma necesitan un descanso; las leyes de Kashrut nos impiden comer ciertos alimentos y de esa forma entendemos que, como seres humanos, podemos privarnos de ciertas cosas, generando un autocontrol digno de nuestra condición; en días de ayuno público (Taanit Tzibur) dejamos de comer y beber por unas horas y nuestra percepción del mundo cambia. Entendemos que el alimento no es nuestra única preocupación (כִּי לֹא עַל־הַלֶּחֶם לְבַדּוֹ יִחְיֶה הָאָדָם – “Porque no sólo del pan vivirá el Hombre” Devarim 8:3) y que, al mismo tiempo, nuestra pequeña agonía de un sólo día es la realidad de miles todo el año.

¿Entonces en qué nos ayuda disminuir nuestra alegría? Nos conecta con aquello que está más allá de nosotros mismos.

Temporalmente nos lleva a épocas donde ser judío costaba la vida; donde encender las velas de Shabat era un acto de rebeldía (me pregunto si eso realmente cambió), estudiar Torá era una sentencia de muerte y hacer un Brit Milá significaba poner en riesgo a un pequeño durante todo su tiempo en esta tierra. Épocas donde no existía Medinat Israel, el Estado de Israel, para defendernos y cuidarnos; para ser nuestro refugio y nuestro norte. Lo mucho hemos avanzado estos últimos años no tiene que significar el olvido de las lágrimas que hemos derramado.

Por el otro lado, disminuir la alegría no deja de ser una pequeña teatralización. Nos disponemos a seguir ciertas reglas y costumbres para atenuar ciertos aspectos de nuestra vida que día a día nos generan alegría. Nos disponemos a estar un poquito más tristes porque la realidad es que tenemos muchos motivos alrededor nuestro para no serlo. Y si, la situación afuera puede ser difícil, pero aún estamos vivos. Aún podemos disfrutar de una linda canción, de un llamado de alguien querido, de revisar viejas fotos, de comer algo rico, e festejar un cumpleaños vía Zoom o comenzar a planificar el primer abrazo aún pendiente a esa persona que tanto queremos.

“Cuando comienza Av disminuye la alegría”. No es de un día para el otro, sino paulatino. Despacito, para que vayamos aprendiendo cada día. Y tampoco anulamos esa alegría. Porque como judíos bien sabemos que los tiempos malos pueden venir y que ese viento fuerte pueden reducir el tamaño de la llama de nuestra Neshamá, de nuestro alma, pero aún así no se apaga.

Le pido a D’os que nos de fuerza y sabiduría para transitar esta primera etapa del mes de Av. Disminuyendo nuestra alegría y más juntos que nunca, en comunidad.

Le pido a D’os que nos de tranquilidad para pasar estos momentos de angustia, este año que viene muy difícil. Que nos de herramientas suficientes para poder sortear estos obstáculos que la vida parece colocarnos adelante. Que nos de salud y bendición, para que nuestras preocupaciones diarias sólo sean pensar “quién prepara qué” para la cena de Rosh Hashaná o “acaso este año lloverá para Sucot?”.

Cuando a llama se debilita, solo nos queda unirnos todos para que cada que cada una recobre su resplandor.

Jodesh Tov!

Que tengan un tranquilo y profundo mes de Av!

Eliezer Marcoff