Parashat Bereshit

30 septiembre, 2021

   

Una memoria muy querida de mi camino por el seminario, es aquella de una conversación con un amigo. No recuerdo específicamente las palabras mismas, pero sí recuerdo una frase en torno al enfoque a la hora de estudiar Torá. Suena como un absurdo, pero simplemente “La Torá es Torá”. Me explico: En torno a la discusión que genera Bereshit con respecto a la validez de la Torá como libro de estudio – una discusión de al menos un par de siglos de antigüedad – es la de la historicidad y veracidad de la Torá versus la postura cientificista, aquella de pensar que absolutamente todo puede ser explicado por la ciencia. 

Fue al conversar sobre esa discusión que salió esa frase: “La Torá es Torá”. Si el día de hoy la ciencia demostrara que toda la Torá es falsa, el día de mañana esta se estaría vendiendo en todas las librerías como una novela de ficción – bastante mala, por lo demás -, y si por el contrario, si resultara al revés y demostrásemos que es completamente real, la encontraríamos en la sección de Historia y Ciencia, probablemente como el libro académico más difícil de entender y despreciado por todas las autoridades por la complejidad de su escritura. En ese sentido es que entiendo que “La Torá es Torá”. No es ciencia ni ficción. Y es en esa dualidad donde encontramos su belleza: Nos habla de aquello que no sabemos y que tampoco podemos llegar a demostrar. Es un juego de equilibrio que nos llama a penetrar el texto con criterio y madurez por un lado, y por el otro lado, con una segunda inocencia que nos permita ver más allá de la literalidad.

De ese modo, la parashá de Bereshit nos golpea en la cara sin consideración alguna: La parte “mítica” explica el cómo entendemos y explicamos el mundo desde nuestra tradición, y al mismo tiempo nos hace conscientes de que hay cosas que nunca vamos a poder entender. Que el día suceda a la noche y a esta la suceda el día otra vez, que el animal tenga por condición de su existencia la necesidad de oxígeno, provisto por los vegetales que a su vez requieren el dióxido de carbono que liberan los animales, que un ave pueda sobrevivir al calor de verano y al frío del invierno sin tener medios artificiales para controlar la temperatura, etc. Son todos elementos reales, perceptibles del mundo físico que nos hacen pensar que son “demasiadas afortunadas coincidencias”, que aquí debe de existir un intelecto creador, ese D’s que en palabras de Einstein, “no juega a los dados”. Ese punto en que la ciencia no alcanza a explicar es el momento de entrada de la Torá como libro guía para nuestra vida. La Torá tiene sentido solamente al reconocer la inmensidad del Universo y la imposibilidad de encontrar una respuesta al por qué de la existencia. Es nuestro modo de enfrentar nuestras preguntas últimas y reconocernos pequeños en un mundo donde pensamos que hay un intelecto creador  detrás del fenómeno que percibimos, donde las afortunadas coincidencias no nos satisfacen. Entonces, y solo entonces, podremos dedicarnos a la búsqueda de D’s que se oculta en el mundo solamente para que lo busquemos, tanto en el mundo, en el ser humano y en nuestro interior cuando escuchemos en nuestra alma aquella voz que le dijo a Adam “¿Dónde estás?”.

 

Shabat Shalom Umeboraj.

 

Daniel Aarón Cuper S.

Seminarista Bet Jai