Parasha Vaiakel

24 febrero, 2022

¿Qué hacer cuando tu pueblo acaba de construir un becerro de oro, hacen disturbios y perdió todo sentido de ética y dirección espiritual? ¿Cómo restauras el orden moral – no solo en la época de Moshé, sino que incluso hoy? La respuesta yace en la primera palabra de nuestra parashá: Vayakhel. Pero para entender esto, debemos retroceder hacia dos de los días más fatídicos de la historia moderna.

La historia comienza en el año 1831 cuando dos jóvenes, ambos en sus veinte años – uno de Inglaterr y otro de Francia, se embarcaron en viajes de descubrimiento en el que ambos tendrían resultados que cambiarían su comprensión del mundo y más tarde la del mundo entero. El Inglés era Charles Darwin. El Francés Alexis de Tocqueville. El viaje de Darwin a bordo del Beagle lo llevó eventualmente hasta las islas Galápagos donde comenzó a idear el concepto de la evolución de las especies. El viaje de Tocqueville era para investigar un fenómeno que se convirtió en el título de su libro: La Democracia en América.

A pesar de que ambos hombres estudiaban cosas completamente distintas, la zoología y biología uno, y la política y sociología el otro, como veremos, llegaron a conclusiones sumamente similares. La misma conclusión le enseñó Dios a Moshé después del episodio del becerro de oro.

Darwin, como sabemos, realizó una serie de descubrimientos que lo llevaron a la teoría de la selección natural. Las especies compiten por recursos limitados y solo los mejor adaptados sobreviven. Lo mismo pensaba con respecto a la humanidad. Pero esto lo dejó con un serio problema: Si la evolución es la lucha por la supervivencia, si el fuerte gana y el débil existe para servir al fuerte, entonces toda conducta despiadada debiera prevalecer. Pero este no es el caso. Todas las sociedades valoran el altruismo. La gente valora a aquellos que hacen sacrificios por otros. Esto, en términos Darwinianos, no parece tener sentido alguno, y él lo sabía.

El más valiente, el pueblo más sacrificado, escribía en El descendiente del Hombre “en promedio perecería en números más altos que otros hombres.” Un hombre noble “frecuentemente no tendría descendencia para heredar su noble naturaleza.” Parece escasamente posible, escribía, que la virtud “Puede aumentar por medio de la selección natural, vale decir, la supervivencia del mejor adaptado”

Fue la grandeza de Darwin la que vió la respuesta, aún si contradecía su tésis general. La selección natural opera a nivel individual. Es como hombres y mujeres individualmente que pasamos nuestros genes de una generación a otra. Pero la civilización funciona a nivel de grupo.

Así decía:

“Una tribu que incluye muchos miembros quienes, a partir de poseer en un alto grado el espíritu de patriotismo, fidelidad, obediencia, valor y empatía, estaban siempre dispuestos a entregarse ayuda mutua y a sacrificarse a sí mismos por el bien común, serían victoriosos sobre la mayoría de las demás tribus; y esto sería la selección natural”

 

Cómo pasar del individuo al grupo sería, “ algo muy difícil en este momento de resolver”, decía.

La conclusión era clara incluso si los biólogos discuten hasta hoy los mecanismos incluídos. Sobrevivimos como grupos. Una persona contra un león: el león gana. Diez personas contra un león: El león podría perder. El homo sapiens, en términos de fuerza y velocidad, es un pésimo jugador cuando se le compara con las criaturas del reino animal. Pero los seres humanos tienen habilidades únicas cuando se trata de crear y mantener grupos. Poseemos el lenguaje: podemos comunicarnos. Tenemos cultura: Podemos traspasar nuestro conocimiento y descubrimientos a las futuras generaciones. Los humanos forman grandes y flexibles grupos más que cualquier otra especie, al mismo tiempo que dejando espacio para la individualidad. No somos ni un hormiguero ni un panal de abejas. Los humanos son un animal creador de comunidad

Mientras tanto, en América, Alexis de Tocqueville, así como Darwin, enfrentó un gran problema intelectual que percibía que debía resolver. Su problema, como Francés, era comprender el rol de la religión en la América democrática. El sabía que los Estados Unidos habían votado por separar la religión del poder por medio de la primera enmienda, la separación de Iglesia del Estado. Y así la religión en América no tenía poder. Él asumió que tampoco tendría influencia. Lo que descubrió fue precisamente lo opuesto:

“No hay país en el mundo donde la religión Cristiana tenga poder de influencia más grande sobre las almas de los Hombres que en América”

Esto no le hacía sentido para nada, y le pidió a varios Americanos que se lo explicaran. Todos le dieron esencialmente la misma respuesta. La religión en América (Recordemos que estamos hablando de los primeros años de 1830) no se entromete en la política. Le preguntó a los clérigos por qué no. De nuevo le respondieron de modo unánime. La política es divisiva. Por lo tanto si la religión se entromete en política, también sería divisiva. Es por ello que la religión se mantuvo lejos de los temas políticos partidistas.

Tocqueville puso mucha atención a lo que la religión en realidad hacía en América, y llegó a algunas conclusiones fascinantes. Fortalecía el matrimonio, y el creía que matrimonios fuertes eran esenciales para las sociedades libres. Escribía:

“Mientras la sensación de familia se mantenga viva, el oponente de la opresión nunca estará solo”

 

También ello llevó a la gente a formar comunidades en torno a los lugares de plegaria. Estimulaba a la gente a actuar en modo comunitario por el bien común. El gran peligro en una Democracia, escribía Tocqueville, es el individualismo. La gente comienza a preocuparse sólo de sí misma y no de otros. Mientras que para los otros, el peligro es que la gente entregue su bienestar a las manos del Gobierno, un proceso que culmina con la pérdida de la libertad mientras que el Estado toma más y más responsabilidades de la sociedad en su conjunto. 

Lo que protege a los Americanos contra estos peligros gemelos, decía, es el hecho de que, estimulados por sus convicciones religiosas, se formen asociaciones, caridades, asociaciones voluntarias, que en el judaísmo llamamos jevrot. Perplejo en un inicio, y luego encantado, Tocqueville notó que tan rápido los Americanos formaron grupos locales para tratar con los problemas de sus vidas. El lo llamó “el arte de asociacion”, y declaraba que “era el aprendizaje de la libertad”.

Todo esto era lo opuesto de lo que Francia sabía, donde la religión en la forma de la Iglesia Católica tenía mucho poder pero poca influencia. En Francia, decía: 

“Casi siempre vi el espíritu de la religión y el espíritu de la libertad marchando en direcciones opuestas. Pero en América encontré que estaban intimamente unidos y que ellos reinaban de modo compartido sobre el mismo país.”

Entonces la religión salvaguardaba los “habitos del corazón” esencial para mantener la libertad democrática. Santificaba el matrimonio y el hogar. Guardaba la moral pública. LLevaba a la gente a trabajar juntos en localidades para resolver problemas ellos mismos en lugar de dejárselo al gobierno. Si Darwin descubrió que el hombre es el animal creador de comunidad, Tocqueville descubrió que la religión en América es la institución creadora de comunidad.

Lo es aún. El sociólogo de Harvard Robert Putnam se hizo famoso en los 90 por su descubrimiento de que más Americanos que nunca iban a jugar bowling, pero menos se unían a los clubes de bowling y ligas. Tomó esto como una metáfora para la sociedad individualista que para una de mentalidad comunitaria. La llamó “de bowling solo”. Era una frase que resumía la pérdida del “capital social”, o sea, el alcance de los contactos sociales a través de los cuales la gente se ayuda mutuamente.

Años más tarde, después de extensiva investigación, Putnam revisó su tésis. Un poderoso local de capital social aún existe y se encuentra en los lugares de tipo religioso. Datos de encuesta mostraron que quienes frecuentaban iglesias – o sinagogas-  eran más propensos a entregar dinero para la caridad, sin importar si la caridad era religiosa o secular. Son también más susceptibles de hacer trabajo voluntario por caridad, aportar con dinero a la gente pobre, pasar tiempo con quienes se sienten deprimidos, ofrecer un asiento a un desconocido o ayudar a alguien a encontrar un trabajo. En casi todas las medidas, son demostrablemente más altruistas que aquellos que no rezan.

Su altruismo va más allá de esto. Quienes rezan frecuentemente son ciudadanos más significativamente activos. Suelen ser pertenecientes a organizaciones comunitarias, vecinales, cívicas y asociaciones profesionales. Se involucran, aparecen y lideran. El márgen de diferencia entre ellos y los más laicos es notable.

Probado en actitudes, la religiosidad medida por asistencia a la iglesia o sinagoga es el mejor medidor de altruísmo y empatía: mejor que la educación, edad, ingresos, género o raza. Tal vez el descubrimiento más interesante de Putnam es que estos atributos están relacionados no a las creencias religiosas, sino que a la frecuencia con lo que asisten a una casa de oración.

La religión crea comunidad, comunidad crea altruismo, y el altruismo nos aleja del egoísmo y nos acerca hacia el bien común. Putnam incluso llega a especular que un ateo que fuera frecuentemente a una sinagoga (tal vez por causa de su cónyuge) estaría más dispuesto a hacer trabajo voluntario hacer caridad que aquel que reza solo. Hay algo sobre el tenor de las relaciones dentro de una comunidad que hace que sea el mejor tutorial de civismo y relaciones de buen vecino.

Lo que Moshé tuvo que hacer luego del becerro de oro fue Vayakhel, el devolver a los israelitas a la kehilá , a la comunidad. El hizo esto en el obvio sentido de restaurar el orden. Cuando Moshé bajó de la montaña y vió al becerro, la Torá dice que el pueblo estaba “peruá”, o sea “salvaje, caótico, desordenado, tumultuoso, desobediente”. Él “vió que la gente corría como salvajes y que Aarón les permitió salirse de control y se volvió motivo de risa para sus enemigos.” No eran una comunidad, sino una turba.

Lo hizo en un sentido más fundamental, así como vemos en el resto de la parashá. Comenzó por recordarle al pueblo las leyes de Shabat. Luego los instruyó en como construir el Mishkán, el santuario, como hogar simbólico de Dios.

¿Por qué estos dos preceptos en lugar de cualquier otros? Porque Shabat y el Mishkán son el modo más poderoso de crear comunidad. El mejor modo de convertir un grupo sin cohesión, inconexo, en un equipo es construyendo algo juntos. Por ello el Mishkán. El mejor modo de fortalecer relaciones es apartar algo de tiempo cuando nos dedicamos no a perseguir intereses personales sino que en aquello que compartimos, al rezar juntos, estudiar Torá juntos, y celebrar juntos: En otras palabras, Shabat. Shabat y el Mishkán fueron dos experiencias constructoras de comunidad de los israelitas en el desierto.

Más aún: En el Judaísmo, comunidad es esencial para la vida espiritual. Nuestras más santas plegarias requieren un minion. Cuando celebramos o lamentamos lo hacemos en comunidad. Incluso en nuestra confesión, lo hacemos en comunidad. Maimonides decreta:

“Aquel que se separa a si mismo de la comunidad, incluso si lo hace para no cometer una transgresión sino que meramente se aleja por distanciarse de la congregación de Israel, no cumple las mitzvot junto con su pueblo, se muestra indiferente a sus preocupaciones y no observa sus ayunos, sino que sigue su propio camino como uno de aquellas naciones que no pertenecen al pueblo Judío – tal persona no tiene lugar en el mundo venidero.”

Ese noes el modo en que la religión ha sido vista siempre. Plotino llamó a la religión “el vuelo del solitario a la soledad”. Dean Inge dijo que la religión es lo que un individuo hace con su soledad. Jean-Paul Sartre notoriamente dijo: el infierno es otra gente. En el Judaísmo, es una comunidad que se presenta ante Dios. Para nosotros, la relación clave no es un Yo – Tu, sino que un Nosotros – Tu.

Vayakhel es entonce un episodio nada ordinario en la historia de Israel. Marca el pensamiento esencial para emerger de la crísis del becerro de oro. Podemos encontrar a Dios en comunidad. Desarrollamos la virtud, fuerza de carácter, y compromiso al bien común en comunidad. Comunidad es local. Es la sociedad con una cara humana. No es Gobierno. No es la gente a la que se le paga para preocuparse del bienestar de otros. Es el trabajo que hacemos nosotros mismos, juntos.

Comunidad es el antídoto al individualismo en una mano y sobredependencia en el Estado de la otra. Darwin entendió su importancia en el florecer humano. Tocqueville vió su rol en la protección de la libertad democrática. Robert Putnam la documentó su valor en mantener el capital social y el bien común. Y comenzó en nuestra parashá, cuando Moshé convirtió a una turba desenfrenada en una keilá, una comunidad

 

Rabino Jonathan Sacks Z.L.