Parasha Shmini

25 marzo, 2022

EL CENTRO DE LA TORÁ

Uno de los momentos más interesantes en nuestra historia como pueblo, la era del Segundo Templo, tenía entre sus principales actores a los “Sofrim”, quienes en cierto modo son los predecesores de nuestros sabios en un momento en que el poder pasó de los sacerdotes a los rabinos.

Aún cuando hoy al hablar de un “Sofer” nos referimos a un escriba, traducir la palabra sofer es un poco más complicado que eso. Enterrada junto a la raíz de esta palabra yace la idea de “sefer” que significa libro, pero también “sipur” o historia, y más curiosamente aún, la palabra española “cifra”, que encuentra su raíz en las lenguas semíticas (Sefar). El Sefer Yetzirá, uno de los textos fundacionales de la Kabalá, comienza precisamente con una referencia a esta relación lingüística entre libro, historia y número.

El Talmud, en el tratado de Kidushin 30a, nos enseña que estos antiguos sofrim se llamaban así, no por ser escribas, sino porque solían contar todas las letras de la Torá. A través de este ejercicio de contar letras, descubrieron que nuestra parashá se encuentra en el medio de la Torá. De las 304.805 letras de la Torá, la letra de la mitad se encuentra en esta parashá. Lo mismo ocurre si buscamos la palabra a la mitad de las 79.847 palabras en la Torá, pero para encontrar el versículo intermedio tendremos que esperar a la próxima parashá.

En la actualidad, los antiguos sofrim obviamente no eran muy buenos para contar (O tenían un texto con una versión ligeramente distinta), ya que hoy sabemos – con la ayuda de las computadoras – que sus conclusiones no eran precisas. Incluso en los tiempos Talmúdicos, ya había rabinos que cuestionaban sus matemáticas.

Aún así, a pesar de que soy consciente de que sus conclusiones no eran técnicamente precisas, aún considero fascinante que los sofrim encontraran la mitad de la Torá. El versículo completo dice: “Entonces Moshé preguntó por la cabra para la expiación, y ya había sido quemada. Estaba enojado con Eleazar e Itamar, los hijos restantes de Aarón, y dijo” (Vaikrá 10:16).

Los sofrim encontraron la mitad de las palabras de la Torá en la palabra “preguntó”, lo cual también se puede entender como “demandó” o “cuestionó”, o “exigió”, ya que en hebreo dice “darosh darash”. La raíz hebrea “D.R.SH.” que encontramos en este versículo es la mísma que encontramos en la palabra “midrash” o “drashá (Prédica/Sermón)”. En el centro de la Torá está la palabra que se refiere a la actividad más importante de los Judíos con respecto al texto bíblico, que es su interpretación.

Frecuentemente escuchamos que el pueblo Judío es “el pueblo del libro”, y estamos orgullosos de esto, como si recibir este nombre fuera una invención Judía. Estarían sorprendidos al enterarse de que fueron los musulmanes quien nos regalaron este apodo. Aparece por primera vez en el tercer capítulo del Corán. Parafraseando a Marc-Alain Ouaknin (El libro quemado, 1999), el pueblo Judío no es el pueblo del libro, sino que el pueblo llamado (o condenado) a interpretar ese libro, a entenderlo, a explicarlo y a expandir el horizonte de su significado.

En respuesta a aquellos que consideran la tradición judía como estática reflexión de un antiguo texto, los sabios enseñan que el Judaísmo es precisamente lo opuesto. Es el constante y dedicado ejercicio de interpretación y creatividad con respecto a ese texto, el que entonces deja de ser antiguo y se transforma en eterno.

Es muy habitual que alguien venga y diga algo que hacemos (o no hacemos) es un “error” porque la Torá dice otra cosa. Es importante comprender que mientras otras religiones se aferran al significado literal del texto cuando establecen sus prácticas y tradiciones, los Judíos han trabajado sobre las varias interpretaciones del texto con las que construye un significado distinto al literal. Solo como ejemplo, en nuestras sinagogas comenzamos a contar el Omer desde el segundo día de Pésaj. En la mayoría de las ocasiones esto no coincide con un Sábado a la noche. Como la Torá dice “el día después de Shabat”, en tiempos antiguos algunos propusieron que la cuenta del Omer debe siempre comenzar un sábado por la noche. Sin embargo, la mayoría de las veces Pesaj ha caído y caerá en otro día de la semana, y debemos comenzar a contar desde la segunda noche, y no un sábado por la noche necesariamente. ¿Por qué lo hacemos así? Lo hacemos de este modo porque nuestro pueblo tiene un modo de entender este versículo de una manera no literal; porque las palabras del D’s viviente tienen un especial dinamismo en la tradición Judía, y lo que el texto dice literalmente no siempre es lo que significa en un sentido Judaico.

De manera similar, nuestros sabios se separaron del sentido literal del texto para abolir la pena de muerte, para ser un poco menos represivos con el “hijo rebelde”, y tener una actitud un más amistosa con el extranjero. Por lo tanto, la tradición liberal ha comprendido que esta creatividad interpretativa es la herramienta de un judaísmo inclusivo, respetuoso de nuestras diferencias, más moderno y dinámico. Si fuésemos gente que obedeciera a ciegas la letra del libro, aún estaríamos apedreando a los hijos rebeldes, realizando sacrificios y comenzando la cuenta del Omer un sábado por la noche.

Pero en nuestra esencia, en el simbólico medio del texto vital de nuestra civilización, yace la idea de una constante interpretación, de una lectura que no es esclava de las palabras, sino que las libera y las provee de infinitos horizontes de significado.

“Darosh darash”, inquirir, preguntar, cuestionar, interpretar, demandar; este es el significado de la palabra en el medio de nuestra Torá, en el corazón de nuestro texto sagrado, tal vez no porque sea el centro exacto, sino porque en esta palabra encontramos la esencia del Judaísmo.

¡Shabat Shalom!

Rabino Guido Cohen