PARASHÁ KEDOSHIM
6 mayo, 2022
PARASHÁ KEDOSHIM
Parashat Kedoshim representa la transición desde la primera mitad de Vaikrá a la segunda. La primera mitad de Vaikrá se enfoca solamente en el Templo, su santidad, y los sacrificios. Este tema continúa con las parshiot dedicadas a las varias formas de impureza ritual que impiden el acceso de una persona al Templo y sus sacrificios. Y, como hemos aprendido en parashá Ajarei Mot, es solo la persona de mayor santidad, el Sumo Sacerdote, quien ingresa a ese intenso lugar de kedushá, el Kodesh haKodashim, y solo en el día más santo del año, y solo después de completar los exigentes ritos de sacrificios.
Claramente, no es un tema trivial el obtener acceso al Templo, el lugar de la presencia de Dios. Con todos estos obstáculos, parece razonable pensar que una persona pueda desear conectar con Dios y traer un sacrificio sin Templo. Esta posibilidad está prohibida también, y la Torá – en medio de Ajarei Mot – prohíbe el traer sacrificios fuera del Templo. La primera mitad de Vaikrá finaliza con esta prohibición, vale decir, destacando lo difícil que es conectar con Dios en el Templo por medio de sacrificios.
Nuestra parashá, Kedoshim, comienza con la segunda mitad de Vaikrá. Presenta una aproximación totalmente diferente a la santidad y la conexión con Dios. “Habla a toda la congregación de Israel y diles: Sean santos, pues Yo el Señor tu Dios Soy Santo.” (Vaikrá 19:2). Para acceder a la santidad no se trata de acceder al Templo; acceder a la santidad es esforzarse en ser como Dios. Es por medio de ese esfuerzo que hacemos real la santidad, lo Divino, el Tzelem E-lohim, que hay en todos y cada uno de nosotros.
Existen, por lo tanto, dos tipos de kedushá, de santidad. Está la kedushá de la primera mitad de Vaikrá, y luego tenemos la kedushá de Kedoshim tihiú. Existe una kedushá que percibe a Dios como residente de un lugar, y una kedushá que percibe a Dios como residente en todas y cada una de las personas.
La primera representa al intento de acercar a Dios, de entrar en la morada de Dios. Es por lo tanto una kedushá altamente exclusivista, pues ¿qué ser humano puede abandonar este mundo e ingresar al mundo en que Dios reside?
La segunda santidad, sin embargo, no trata de abandonar este mundo para estar cerca de Dios, esta es santidad que intenta actualizar lo Divino dentro de nosotros, que intenta traer a Dios y lo Divino a este mundo. Es por lo tanto una kedushá accesible para todos.
Kedoshim abre, no como Ajarei mot, con daber el Aarón ajija, “Habla a Aarón tu hermano”, sino que más bien con daber el kol adat benei Israel, habla a toda la congregación de Israel. Todos ustedes, hombre, mujer niño, ritualmente puro y ritualmente impuro, cada uno de ustedes puede volverse santo y hacerse como Dios. Esta es una santidad que incluye rituales y ritos, ciertamente, pero también es una santidad de moralidad, una santidad que toca cada acto, cada acto religioso, cada acto interpersonal, cada detalle de como vivimos nuestras vidas.
La primera kedushá es una santidad de status, un estado de ser estático – Dios Es Santo, el Mishkán es Santo. Tal kedushá al ser aplicada a la gente, sin embargo, puede ser peligrosa. Se convierte en la causa de Kóraj: pues todo el pueblo es santo. Ya son santos – no hay nada que se deba hacer para guardar y proteger esa santidad. Esta santidad implica privilegio y arrogación de derechos. Esta santidad lleva al rechazo del mundo y a adularnos como superiores a otros.
Verdadera Kedushá, sin embargo, no nos asegura que seamos mejores. La verdadera kedushá nos llama a hacernos mejores: kedoshim tihiú. No es un “Santos son” sino que un “Santos se deben hacer”. Es una kedushá que no apunta a uno mismo, sino que a Dios, “Porque Yo el Señor tu Dios soy Santo”. Apunta hacia arriba y hacia afuera. Cada día, esfuérzate por ser más como Dios. Esfuérzate por transformarte, por transformar al mundo.
Tal kedushá encuentra santidad en lo ético. Mucha gente ve solamente lo ritual, y en particular aquellas actividades y modos de vestir y comportarse que nos hace distintos de aquellos a nuestro alrededor, para ser el lugar donde la santidad reside. Pero la santidad de kedoshim tihiú es consciente de que no es el ser diferente de aquello que se trata esa santidad, sino que en encontrar a Dios en cada individuo y en el esforzarse en hacer realidad una existencia más “cómo Dios” en todo aquello que hacemos lo que define una vida de kedoshim tihiú, de hacerse santo.
Es así que encontramos que Kedoshim abre con dos mitzvot: la mitzvá de tener admiración y respeto por los padres, y la mitzvá de mantener el Shabat. Un mandamiento ético y otro religioso. El fundamento de nuestro comportamiento interpersonal en la vida está asentado en el hogar, y comienza y toma forma según como los hijos se comportan con sus padres. Es así como moldeamos una kedushá en lo ético, en ver a Dios en nuestras relaciones con otros.
Y el fundamento de la santidad ritual de esta kedushá no es el Templo con su dificultad y limitado acceso. Es el Shabat, un distintivo de nuestra semana, una santidad que todos pueden experimentar, una bienvenida a la Divina Presencia al interior de nuestros hogares. Shabat es una kedushá que en última instancia está centrada en el exterior. Comienza con nuestra diferencia – el pacto entre nosotros y Dios. Comienza con una kedusháde status. Pero termina con una transformación. Su objetivo es traer santidad a un mundo más grande – el mensaje Universal de Dios como Creador, de la dignidad humana, del derecho al descanso y a la libertad. La santidad del Shabat se expande en la semana, haciendo nuestro trabajo santo también, señalandonos un propósito más elevado, hacia el tikún olam, y finalmente hacia un mundo más perfecto, a un mundo mesiánico.
El resto de Kedoshim presenta una densa y variada lista de mitzvot, con casi versículo por medio finalizando con la frase Aní HaShem E-loheijem, “Yo soy el Señor vuestro Dios”, recordándonos el primer versículo, “Sean santos, pues Santo Soy Yo el Señor vuestro Dios”, Aní haShem E-loheijeim. El mensaje es claro: Esto es lo que significa ser santo, en todas tus acciones, en todas tus mitzvot, esfuérzate por ser como Dios. Si vamos a vivir una vida de este tipo de santidad, entonces debemos traer a Dios a nuestra cosecha del grano, a nuestra compra-venta, en nuestras contrataciones y pago a nuestros trabajadores, en nuestro trato con los que están en desventaja, en nuestro diálogo con otros, en nuestros sentimientos hacia otros. Tener acceso a Dios en cualquier lugar también significa que no podemos compartimentar nuestra vida religiosa de nuestra vida “normal”.
Compartimentar significa que elegimos ver a Dios solo en el ritual y, peor aún, confiarnos con el ritual de que ya somos santos, que somos especiales. Esto es sobornos la espalda nosotros mismos por aquello que somos y dejar de lado la posibilidad de ser distintos, de ser un poco mejores. Pero la kedushá no es nuestro derecho de nacimiento. No somos santos. Debemos esforzarnos en serlo. Dios puede ser hallado en toda actividad, y por ello debemos esforzarnos en encontrarlo en todo ámbito de nuestras vidas. Santos nos haremos, porque el Señor nuestro Dios es Santo.
¡Shabat Shalom!
Rabino Dov Linzer