Parashat Toldot
20 noviembre, 2020
Parashat Toldot – Rab. Dr. Ismar Schorsch
En lenguaje rabínico, agua significa Torá. La asociación es básica y evidente: ambos son agentes vivificantes. Así como el agua sustenta la vida orgánica, así mismo la Torá nutre la vida judía. En consecuencia, cuando Isaías clama “¡Todos los sedientos, venid a las aguas! Aquel también que no tiene dinero, venid…” (Isaías 55:1), los Rabinos interpretan sus palabras como una invitación a entrar al mundo de la Torá.
El fundamento de la práctica en la sinagoga – la lectura regular de la Torá – se basa en esta analogía. No han de pasar más de tres días sin una recitación pública de las Escrituras. Según el relato del Éxodo, después de cruzar el Mar de Juncos (Mar Rojo), el pueblo de Israel vaga en el desierto durante tres días, sin encontrar señales de agua por ningún lado, lo que borra rápidamente cualquier recuerdo de milagros anteriores y provoca una inquietud popular (Éxodo 15:22).
El Talmud trata el episodio en forma metafórica: pasar tres días sin estar expuesto a ninguna palabra de Torá era más de lo que Israel podía soportar. Y por eso, en algún momento, los líderes proféticos establecieron la costumbre de leer litúrgicamente de la Torá, no solo la mañana del Shabat sino también el Shabat por la tarde, y las mañanas de lunes y jueves. El mismo día en que completamos una parashá en la mañana, comenzamos la siguiente en la tarde; y hacemos esto dos veces más durante la semana. Estar lejos de la Torá es tan fatal como una sequía.
La identidad entre agua y Torá es una analogía rabínica, pero además nos ofrece una pista para interpretar un oscuro fragmento en la vida de Isaac. Aunque nuestra parashá lleva el nombre de “Esta es la historia de Isaac”, nos cuenta muy pocos detalles de su vida adulta. Sin embargo, la Torá juzga conveniente dedicar media docena de versículos (Génesis 26:17-22) a contarnos sobre los esfuerzos hechos por Isaac para restaurar los pozos construidos por su padre. “E Isaac volvió a cavar los pozos de agua que habían cavado en los días de Abraham, su padre, y que los filisteos habían cegado después de la muerte de Abraham; y dioles nombres, conforme los había llamado su padre” (26:18). Los filisteos, en cuyo territorio vivía Isaac entonces, trataron de evitarlo, pero él logró reactivar al menos tres pozos, y quizás un cuarto (26:32).
Los comentaristas, tanto antiguos como modernos, se han mantenido apartados de este pasaje. Su calidad tan prosaica pareciera añadir poco a la biografía de Isaac. En mi opinión, el significado del fragmento está más en su contenido implícito que en el explícito. El episodio apunta a la lealtad de Isaac por el legado de su padre. Isaac no solo reside donde su padre una vez vivió y bebe de la misma agua, sino también, y lo que es aún más importante, se apega a las enseñanzas formuladas por su padre. La imagen de un hijo tratando de reapropiarse de los pozos que sustentaron una vez a su padre resuena con simbólicas armonías, como medio para salvar una dolorosa brecha. No es casualidad, entonces, que la primera vez que Isaac percibe a Dios, dirigiéndose a él como el Dios de su padre, ocurre inmediatamente después de la restauración de los pozos (26:24).
Mucho hay en la Torá de donde podemos colegir que la lealtad de Isaac a la fe de su padre sufrió seriamente con la prueba de la “atadura” en el Monte Moriá. Por un lado, Isaac no vuelve a Beersheva con Abraham (22:19). ¿Se rompió la concordia e intimidad de su relación? En segundo lugar, Isaac se conduele muchísimo cuando Sara muere, manteniéndose inconsolable hasta que Rebeca aparece en su vida (24:67). ¿Acaso él atribuye su muerte después de la “atadura”, como hace el midrash, al inescrutable comportamiento de Abraham? ¿Se había refugiado en el amor protector de su madre, más que en el de su padre? Tercero, después de nacer sus hijos, Isaac prefiere a Esaú, “diestro en la casa, hombre de campo” (25:27), quien apenas se interesa en asuntos tales como justicia y rectitud, temas que asociamos fácilmente con Abraham (18:19).
El relato de los pozos tiene la intención de modificar esa impresión. Isaac no se mantuvo apartado permanentemente de la fe de su padre. Luchó por sobreponerse a las cicatrices de su terror, por entender la silenciosa angustia de su impenetrable padre y el significado del duro evento. Regresó para remover los escombros, que habían cubierto y contaminado los pozos, para poder beber de nuevo de sus aguas sagradas.
Pero para internalizar ese legado, necesitaba podar su recargo de adherencias, para recuperar su balance e integridad y hacerlo funcionar para él. Los filisteos de todas las generaciones buscan refrenar el carácter proteico de una tradición sana. La transmisión es un proceso dinámico e interactivo, gobernado tanto por la receptividad como por la reverencia. Los custodios de la tradición deben compartir el dolor de los fieles, mientras obedecen la voz de Dios.
Nadie ha capturado mejor el espíritu creativo de esta relación dialéctica que Goethe, el incomparable escritor alemán: “Lo que has heredado (pasivamente) de tus ancestros, tómalo (activamente) para hacerlo tuyo.”
Shabat Shalom!